La historia de lo sucedido hace unos años en un pueblo del norte de España es un claro ejemplo de lo sabio del refranero español, aunque en este caso aplicado a una compañía de autobuses que se dedicó a ir comprando las rutas de la competencia con el fin de ir cerrándolas paulatínamente para aumentar su rentabilidad. Eso si, es sabido que a las subvenciones del gobierno autonomíco que recibían dichas rutas no renunció.
En el pueblo de un amigo mío, la empresa decidió reducir las rutas a la mitad, pasando sus autobuses cada dos horas en vez de cada hora. Los vecinos no tardaron en organizarse para recoger firmas y enviarlas al propietario, con argumentos tan sinceros y válidos como que aquello afectaba enormemente a quienes dependían del transporte público para ir a trabajar. El resultado fue que los autobuses siguieron pasando cada dos horas.
Fue en el pueblo de al lado donde tuvieron menos diplomacia que los nacidos en zona de mi amigo, y también se organizaron solo que de una manera muy distinta: un día todos se subieron al autobús y en un punto del trayecto obligaron al conductor a parar. Se bajaron y despeñaron el autobús por un río.
Con aquel hecho y la amenaza de hacerlo cada día, por allí el autobús sigue pasando cada hora.
La decisión lejos de ser entendida como resultado de un chantaje, tiene una lógica económica aplastante:
1 autobús diario > 1 ruta cada hora
Los benditos ciudadanos de ese pueblo pueden tener la conciencia tranquila, los bolsillos de Alsa siguen engordando. Aunque menos.
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